Capítulo 9

1 En el primer pacto, Dios había regulado cómo el pueblo de Israel debía adorar, y Él les dijo a ellos que hicieran un lugar para adorarle a Él. 2 El santuario que los Israelitas prepararon era el tabernáculo. En su cuarto exterior había allí el candelero y la mesa sobre la cual ellos pusieron el pan en exhibición ante a Dios. Ese cuarto fue llamado el lugar santo. 3 Detrás de la cortina a un lado del lugar santo había otro cuarto. Ese cuarto era llamado el lugar santísimo. 4 Tenía un altar que estaba cubierto de oro para la quema del incieso. También tenía el cofre sagrado. Todos sus lados estaban cubiertos de oro. Dentro de éste había una urna de oro el cual contenía trozos de la comida que llamaron maná. En el cofre también estaba la vara de caminar de Aarón que había florecido para demostrar que él era el verdadero sacerdote de Dios. En el cofre también estaban las tablas de piedra en las cuales Dios había escrito los Diez Mandamientos. 5 Encima del cofre estaban unas figuras de criaturas con alas que simbolizaban la Gloria de Dios. Sus alas cubrían la tapa del arca sagrada donde el sumo sacerdote esparció la sangre para expiar los pecados de las personas. Yo no puedo ahora escribir sobre estas cosas detalladamente. 6 Después que ellos organizan todas esas cosas de esta manera, los sacerdotes Judíos por costumbre van al cuarto exterior de la tienda para hacer sus tareas. 7 Pero dentro del cuarto interior solamente el sumo sacerdote va una vez al año. Él siempre toma la sangre de los animales que ellos han sacrificado. Él ofrece la sangre a Dios por sus propios pecados y por los pecados que los otros Israelitas han cometido. Ésto incluye los pecados que ellos mismos no se dan cuenta que han cometido. 8 Por medio de aquellas cosas el Espíritu Santo indicó que Dios no reveló la manera para la gente común entrar al cuarto interno, el lugar santísimo, mientras el cuarto exterior todavía existía. De igual forma, Él no reveló la manera para la gente común entrar en la presencia de Dios mientras los Judíos ofrecían sacrificios de la manera antigua. 9 Las ofrendas y los sacrificios ofrecidos en el tabernáculo no pueden hacer que una persona siempre sepa el bien del mal o hacer el bien de la forma que siempre complazca a Dios. 10 Esas reglas sobre qué comer y beber, y sobre qué lavar, todas esas reglas ya no son para nada buenas porque Dios ha hecho un nuevo pacto con nosotros. Este nuevo pacto es un sistema mucho mejor. 11 Pero cuando Cristo vino como nuestro sumo sacerdote, Él trajo las cosas buenas que nosotros tenemos ahora. Después Él fue a la presencia de Dios en el cielo, la cual es como un tabernáculo, pero éste no es parte del mundo que Dios creó. Es mejor que el tabernáculo que Moisés preparó aquí en la tierra porque es perfecto. 12 Cuando un sumo sacerdote va dentro del cuarto interior en el tabernáculo cada año, él toma sangre de las cabras y sangre de los becerros para ofrecer como sacrificio. Pero Cristo no hizo eso. Fue como si Él entró en ese mismo lugar santísimo solamente una vez porque Él entregó su propia sangre en la cruz, solamente una vez. Haciendo eso, Él nos redimió para siempre, porque su sangre fluyó de sí mismo. 13 Los sacerdotes esparcen en las personas sangre de cabras y sangre de toros y el agua que ha sido filtrada mediante las cenizas de una novilla roja que ellos han quemado completamente. A través de realizar ese ritual, ellos entonces dicen que Dios ahora aceptará que las personas deben adorarlo a Él. 14 Si todo eso es cierto, entonces se convirtió aún más cierto cuando Cristo, quien nunca pecó, se sacrificó a Él mismo a Dios, Él hizo ésto por el poder del Espíritu eterno de Dios. Porque Él se sacrificó Él mismo, Dios ahora nos perdona por haber pecado, por haber hecho cosas que nos hubiesen hecho a nosotros morir para siempre. Ahora es como si nosotros nunca hubiésemos pecado; ahora nosotros podemos adorar al verdadero Dios. 15 Muriendo por nosotros, Cristo hizo por Dios un nuevo pacto con nosotros. Nosotros estábamos tratando de complacer a Dios por medio del primer pacto, pero nosotros todavía eramos culpables de haber pecado. Cuando Él murió, nos libertó a nosotros de tener que morir por nuestros propios pecados. Como resultado, todos nosotros a quienes Dios ha llamado a conocerle a Él recibirán lo que Él ha prometido darnos para siempre. 16 Un pacto es como un testamento. En el caso de un testamento, para poner sus provisiones en efecto, alguien debe probar que la persona quien lo hizo murió. 17 Un testamento va en efecto solamente cuando la persona que hizo el testamento ha muerto. No está en efecto cuando el que hizo el testamento está todavía vivo. 18 Entonces Dios puso el primer pacto en efecto solamente por medio de la sangre de los animales que fluyó cuando los sacerdotes los sacrificaban. 19 Después de que Moisés había declarado a todos los Israelitas todo lo que Dios estableció en las leyes que Dios le dió a él, él tomó la sangre de cabras y sangre de becerros mezclados con agua. Él sumergió en esta sangre lana escarlata que él ató alrededor de un manojo de hisopo. Después él roció un poco de sangre el rollo mismo que contenía las leyes de Dios. Después él esparció más de esa sangre en todas las personas. 20 Él les dijo a ellos, "ESTA ES LA SANGRE QUE TRAE A EFECTO EL PACTO QUE DIOS ENCOMENDÓ QUE USTEDES OBEDEZCAN." 21 Igualmente, él esparció esa sangre en el tabernáculo y sobre cada objeto que ellos usaban al trabajar allí. 22 Era por medio del rociamento de sangre que ellos limpiaron casi todo. Esto era lo que estaba establecido en las leyes de Dios. Si sangre no fluye cuando ellos sacrifican un animal, Dios no perdona los pecados de esas personas. 23 Así que el sacrificios de animales era necesario para los sacerdotes limpiar las cosas que simbolizaban lo que Cristo hace en el cielo. Pero Dios tiene que limpiar las cosas en el cielo por medio de sacrificios muchos mejores que esos. 24 Cristo no entró en el lugar santísimo que hicieron los humanos, el cual es solamente una representación del verdadero lugar santísimo. En vez, Él entró en el mismo cielo, para ahora estar en la presencia de Dios para abogar con Dios por nosotros. 25 El sumo sacerdote entra en el lugar santísimo una vez al año, tomando sangre que no es suya propia, para ofrecerla como sacrificio. Pero cuando Cristo entró al cielo, no fue para ofrecerse a Él mismo repetidamente así. 26 Si eso fuera así, Él hubiese tenido que sufrir y derramar Su sangre repetidamente desde el tiempo en que Dios creó el mundo. Pero en lugar de esto, en este tiempo final, Cristo ha aparecido una vez para que, sacrificándose a Él mismo, Dios perdonará todos nuestros pecados y no nos condenará más por haber pecado. 27 Todas las personas deben morir una vez, y después de eso Dios los juzgará a ellos por sus pecados. 28 Igualmente, cuando Cristo murió, Dios lo ofreció a Él una vez para que sea un sacrificio, para castigarlo a Él en lugar de a muchas personas quienes han pecado. Él vendrá a la tierra una segunda vez, no para sacrificarse a Él mismo otra vez por quienes han pecado, pero para salvarnos a quienes aguardamos por Él y esperamos que Él venga.